EL PRIMER TETRARCA. DEL PODER Y LA LUCHA.


La novela histórica está de moda, esta afirmación no debe sorprender a nadie, de hecho podríamos estirarla hasta principios del presente siglo, pero sí es posible apreciar dentro del subgénero una predilección más reciente por aquellas ambientadas en el mundo grecolatino. El ejemplo más paradigmático en nuestra lengua sería el de Santiago Posteguillo, que gracias al enorme éxito cosechado con sus series dedicadas a Escipión el Africano, el emperador hispano Trajano y la augusta Julia Domna, se ha erigido en verdadero emperador de esta tendencia. Sin embargo, no es el único, podemos citar otros ejemplos notables en nuestro país, como Jesús Maeso de la Torre (El Auriga de Hispania, Oleum, el aceite de los dioses) o Marcos López Herrador (Roma Eterna, Jaque al Imperio). 

Recientemente se ha sumado a esta nómina Gregorio Muelas, un joven escritor nacido en Sagunto, la Saguntum romana, ciudad que conserva grandes vestigios de aquella época, su teatro es uno de los mejor conservados de la península. Muelas, que hasta el momento se había prodigado en el terreno de la poesía y de la crítica literaria incursiona en el género narrativo de la forma más ambiciosa, anunciando esta novela como la primera de una serie de cuatro que abarcarán el periodo comprendido entre la toma del poder por Constantino en Britania, en realidad una usurpación, hasta la muerte de este, ya como dueño y señor de todo el orbe latino, en el año 337. Esta primera parte, cuyo título nos sitúa en un periodo concreto de la milenaria historia de Roma, la Tetrarquía, sistema de gobierno implementado por Diocleciano para garantizar la estabilidad política interna y la seguridad en las fronteras de un Imperio que había padecido cincuenta años de anarquía militar, un periodo dominado por los emperadores soldados de origen ilirio. Diocleciano, a priori, será uno más, imponiéndose a su rival, el césar Carino, en el campo de batalla del río Margus, pero una vez que alcance el poder será capaz de compartirlo, dividiendo el Imperio en dos grandes prefecturas, Oriente y Occidente, cada una regida por un Augusto, y su heredero, un César.  

Gregorio Muelas se atreve con el que tal vez sea el periodo más complejo de la Antigua Roma, un periodo, por otra parte, escasamente novelado y donde sus personajes principales siempre han sido abordados de forma tangencial. Así, el escritor saguntino no solo se atreve a poner voz a Diocleciano, el primer tetrarca, sino a Constantino, verdadero protagonista de esta nueva saga, y a toda la serie de augustos, césares y usurpadores que jalonarán este convulso periodo. Para ello Gregorio Muelas se servirá de las más diversas técnicas: monólogo interior, cartas, memorias y hasta una pieza dramática, aderezadas por una elegante prosa poética, que se hará especialmente patente en las descripciones de paisajes y ambientes, dotándolos de una gran plasticidad. Pero el gran hallazgo de Muelas tal vez sea el narrador omnisciente, Firminiano, cronista ficticio, alter ego del autor, que da sentido y coherencia, verosimilitud, en definitiva, a este armazón literario que se estructura en cuatro libros (primus, secundus, tertius, quartus), cada uno redactado con una técnica diferente, y que constituyen las cuatro columnas jónicas sobre las que se asienta este templo a la palabra, que además goza de un excelente frontispicio en forma de prólogo, firmado por otro escritor valenciano y notable novelista, Juan Ramón Barat, que se constituye en verdadera guía de lectura. Sorprende la enorme labor investigadora del autor, que se ha servido de las más diversas materias para completar la escasez de fuentes escritas de la época: numismática, arqueología, estatuaria, además de clásicos contemporáneos, como la imprescindible Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano de Edward Gibbon. En este sentido es interesante destacar que todas las fuentes escritas que reúne Firminiano, trasunto de Muelas, para satisfacer el encargo de su señor, Contante, hijo de Constantino, son producto únicamente de la imaginación del autor. 

Pero también es posible rastrear la influencia de autores contemporáneos, como Hermann Broch y su obra maestra La muerte de Virgilio en el Introitus; Robert Graves y su Yo, Claudio en las intrigas palaciegas de Fausta, la segunda mujer de Constantino, en Augusta Treverorum; o las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar en las del propio Diocleciano a través de las cartas que le escribe a su hija Valeria.

No quiero acabar sin nombrar el excelente trabajo de edición de Olé Libros y la sugerente ilustración de cubierta de José Enrique Pérez Cortés, que nos muestra en portada el busto caído de Diocleciano, tocado con la corona radiata de Sol invictus, con una imagen de su palacio de Spalatum al fondo, y el de Constantino en contraportada, erguido, con la corona de laurel que le distingue como César y un detalle de su Arco del Triunfo.

En conclusión, El primer tetrarca se presenta como una obra compleja en su multiplicidad de detalles, notas y referencias, abriendo el camino a una forma distinta de narrar la Antigua Roma. Enhorabuena a Gregorio Muelas por esta primera incursión en un género de moda que abre la puerta a una manera diferente de contar lo que todavía no está escrito.

[El Primer Tetrarca, Gregorio Muelas, Olé Libros, 2021]


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